sábado, 21 de noviembre de 2009

COMPETENCIA DE MERCADO QUINTA ENTRADA


PERFIL DEL AUTOR:





Isabel cristina Borja Carvajal nacida en algarrobo magdalena el 17 de octubre de 1993 hija de luisa Carvajal y Joaquín Borja con su hermana Saray Borja la cual tiene 7 años. Me dedico al estudio en la institución educativa departamental algarrobo actualmente curso 10º.
LA COMPETENCIA Y EL MERCADO, LA OFERTA Y LA DEMANDA
Se ofrecerán mercancías mientras haya necesidad de ellas, y esto no será establecido más que por quien llamamos benefactor, esto es, la sociedad entera, que es una realidad mucho más abarcadora que el indefinido (hasta hoy) concepto de “mercado”. El benefactor deberá exigir a los demás y a sí mismo (ahora podrá hacerlo) que se satisfagan sus necesidades, sus gustos y sus caprichos, en ese orden: y el benefactor somos todos. Tendrá las herramientas apropiadas para ello, la información, la educación y, sobre todo, un real poder de compra, el suficiente poder adquisitivo.
Como él es el objeto de la nueva economía, haciéndose así justicia con su real valer, y además por tener ahora un poder de compra necesario y suficiente, su exigencia se transforma en orden, no en falsas leyes. El productor de un bien cualquiera, como benefactor que también es, asumirá ahora una responsabilidad nueva, que antes no tenía, no sólo sobre la calidad de ese bien que produce sino también sobre su precio o costo social de producción, ya que él mismo disfrutará de este derecho como benefactor de otras mercancías.
Repetimos que una necesidad es aquello que a alguien le falta y que, conjuntamente, otros tienen. Es obvio que no puede haber necesidad –en su acepción económica normal-de algo que aún no existe. Por lo tanto ya hay una “oferta” de la mercancía que suple esa necesidad y una “demanda” suficiente como para hacerla “rentable”. Si así no fuera, habría entonces un “mercado apetecible” a disposición. La producción de alimentos, de medicamentos, de viviendas, su abundancia, su súper producción, es la tarea prioritaria, hasta que se alcance a todos, sin excepción, tratando siempre de evitar los perjuicios que pueda generar su posible explotación irracional o exagerada. Para esta economía, no obstante, es mejor pecar de súper producción que de escasez: la abundancia, en todo sentido, es una de sus metas. Así ha de suceder con toda actividad humana.
La necesidad de algo que aún no existe es para esta economía y su sociedad un reto, un desafío a vencer.
La “competencia” entre productores cabrá cuando ya no existan necesidades que saciar, sino solamente gustos y caprichos. Esa posibilidad se alcanza más pronto de lo que se piensa, más rápido de lo que se cree y más fácilmente de lo que se sueña. Pero el primer logro y el principal es que el benefactor no es más el rehén de esa competencia.
El desempleo no puede existir, por lo que no habrá “competencia” entre desempleados, terminándose así con otra manera de usurpación del poder adquisitivo, que no fue nunca otra cosa que la apropiación de beneficios sin devolución ni generación de riqueza.
Para el ciclo económico el concepto de mercado es muy diferente que para la llamada “economía de mercado”. No posee el sentido religioso de un ente supra social. Y es muy fácil explicar por qué: el ciclo demuestra que no existe la “ley” de la oferta y la demanda, base teológica de la “existencia” de ese ser todopoderoso.
Para el ciclo económico el mercado (en sentido general) es un sinónimo de comercio o de comercialización. Entonces, el “mercado” queda definido a priori como la porción de la sociedad, integrante de un Estado nacional, que en un momento cualquiera está intercambiando mercancías y servicios. El mercado no posee características propias distintas a la de la sociedad que lo conforma; sólo es (o podría ser) una parte de ella. Esa fracción de la sociedad no tiene límites definidos, porque ella misma y sus integrantes varían continuamente. El mercado sólo puede ser tomado en un sentido general, puesto que esa condición de intercambio que lo define, siempre se está realizando.
Para esta economía lo que se llama “demanda” no es más que las necesidades, gustos o caprichos que tiene el benefactor y que aún no se han satisfecho. En tanto que la “oferta” son los diferentes bienes que el productor ha puesto en venta. Generalmente están directamente relacionados con las necesidades actuales del benefactor. La significación de ambas palabras, demanda y oferta, sólo tiene sentido si el benefactor tiene un poder adquisitivo tal que haga que estas realmente existan.
Mientras haya actividad económica habrá “oferta”, habrá “demanda”, y habrá “mercado”. Pero estos no serán libres mientras el hombre no sea libre, mientras no se libere de la necesidad, mientras no sea digno... Mientras no sea hombre.
En definitiva, la aplicación de este sistema asegura la existencia de un mercado libre, pero en un nivel de desarrollo mayor, mucho más alto del que dicen haber alcanzado los neoliberales. Porque no solo permite la libertad del oferente sino la verdadera libertad del demandante al darle a este la única herramienta que le permite alcanzarla: la seguridad absoluta de que ya no tendrá necesidades pues contará con un nivel adecuado de ingresos, avalado por un poder adquisitivo certificado.

Los mercados de competencia perfecta
Vamos a empezar analizando un mercado sencillo e "ideal", el "mercado de competencia perfecta". En realidad no existe ningún mercado tan "perfecto" como éste pero dejaremos para más adelante el estudio de las diferencias que hay entre la realidad y este modelo. (Para facilitar la comprensión pensemos, por ejemplo, que estamos hablando del mercado del trigo). Para que ese mercado pueda ser considerado de competencia perfecta tiene que mostrar las siguientes características:
Libre concurrencia. Ningún agente puede influir en el mercado. El número de compradores y vendedores es muy alto y las cantidades producidas o demandadas por cada uno de ellos son tan pequeñas en relación con el total que su influencia sobre los precios es inapreciable. (Ningún fabricante individual ni ningún comprador de trigo puede influir sobre el precio). Para que haya libre concurrencia es imprescindible la libertad de entrada y salida en las industrias, es decir, que no haya barreras que impidan a una empresa dedicarse a producir cualquier cosa. (Cualquier empresario que lo desee puede destinar su capital a la fabricación de trigo). La expresión "industria" indica el conjunto de empresas que se dedican a producir el mismo bien.
El Gran Bazar de Estambul en un grabado del siglo XIX.
Esta característica no está presente en las situaciones de monopolio (un único productor), duopolio (dos productores), oligopolio (pocos productores), monopsonio (un comprador) y otros mercados no competitivos. En realidad, para que haya verdadera "libertad de entrada y salida" sería necesario que no hubiera costes de transformación, es decir, que la maquinaria destinada a una producción pudiera "reconvertirse" sin coste alguno para producir cualquier otra cosa.
La libre concurrencia en realidad es la excepción y no la regla. Algunos economistas británicos sugirieron que para estudiar el sistema económico habría que empezar analizando el monopolio, que es lo más habitual, y no la libre competencia. En cualquier caso, las ventajas de los mercados de libre competencia son tan grandes con respecto a los demás mercados que son presentados como la meta a la que se debe tender: las legislaciones nacionales y las normativas supranacionales se plantean como objetivo explícito el fomento de la libre competencia y la represión de las prácticas que la limitan.
Homogeneidad del producto. Para que haya libre competencia es necesario que el consumidor sea indiferente a comprar el producto de una empresa o de otra, por tanto los productos tienen que ser exactamente iguales; sólo así se hará realidad que si una empresa pusiera el precio por encima del establecido por el mercado, los consumidores dejarían de comprarlo. La homogeneidad debe incluir todas las condiciones de venta tales como garantías o financiación. En la realidad, como todos sabemos, las empresas tratan de diferenciar sus productos mediante campañas publicitarias, envases llamativos o pequeños cambios en el diseño o la composición. Es más, una de las principales virtudes de la libre competencia es precisamente el esfuerzo que obliga a todas las empresas por mejorar continuamente sus productos tratando de diferenciarse por su mayor calidad o menor precio.

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